Sacerdotes para el Tercer Milenio
por Padre John McCloskey
Probablemente la forma más efectiva de estimular en la actualidad las vocaciones religiosas (aparte por supuesto de la influencia de la familia y la oración intensa y persistente), sea el ejemplo y la "influencia personal," en palabras del Cardenal Newman, de sacerdotes dedicados, celosos, piadosos, inteligentes y bien formados: sacerdotes para el tercer milenio. Estos sacerdotes tienen que ser los que a través de su oración, dirección, y enfoque pastoral, pongan en acción en las próximas décadas, las enseñanzas del magisterio del Papa Juan Pablo II. Finalmente, todo esto está tanto en las manos del Señor de la Historia como en las de Su Espíritu Santo. El sin embargo cuenta con nuestra colaboración, respetando la libertad que nos concedió.
A medida que nos acercamos al Jubileo del año 2000 y a la "primavera de la Iglesia," como Juan Pablo II llama en forma tan profética y optimista a este porvenir, nos preguntamos cómo es que se va a llevar cabo esta transformación. �Cómo es que vamos a cambiar de la "cultura de la muerte" (Evangelio de la Vida) o de una "sociedad enferma" (Carta a las Familias) a la cual el Santo Padre se refiere en varios de sus escritos, a una "civilización de amor a la verdad" (El Esplendor de la Verdad) que él desea? Hay muchas respuestas, pero obviamente es el trabajo del Espíritu Santo en conjunto con la libre colaboración de los hombres lo que va a producir este cambio radical en el transcurso de décadas o siglos. Los laicos, constituyendo la mayoría de la Iglesia, van a jugar indudablemente un importante papel en esta re-evangelización. Los laicos comparten el sacerdocio de Cristo por su iniciación en la Iglesia a través de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Serán estimulados (o tal vez ya lo han sido) por los diferentes movimientos de laicos y por las nuevas instituciones que nacieron en este siglo. Estas organizaciones hacen un fuerte énfasis sobre la santidad personal y sobre la evangelización en medio del mundo. Sin embargo, en ese brillante futuro profetizado por el Papa para el Tercer Milenio, el agente más importante serán los sacerdotes santos, quienes son los participantes del sacerdocio de Cristo a través del sacramento del Orden.
Dijo el Papa San Pío X: "Para que Jesucristo reine en el mundo, nada es tan necesario como la santidad de los clérigos para que con su ejemplo, palabra y conocimiento, ellos puedan ser una guía para los fieles" (Haerent Animo, 1980). Los sacerdotes que participan en el sacerdocio ministerial de Cristo, proveyendo los sacramentos de Cristo, predicando la palabra de Dios y transmitiendo la auténtica enseñanza de la Iglesia a los hijos de Dios, dan la nutrición espiritual que permite a la Iglesia construir el reino de Cristo en la sociedad y en la cultura. Sin el sacerdocio ministerial en el plan providencial de Dios, no hay Iglesia; sino solamente grupos de seguidores de Cristo bien intencionados más o menos equipados pero inefectivos sin los sacramentos para poder entender y vivir las Escrituras. Simplemente, la formación, la felicidad y la efectividad de los sacerdotes diocesanos en su misión es un indicador clave de la salud de la Iglesia y de la sociedad. Como una vez dijo el filósofo y escritor francés de comienzos del siglo diez y nueve, Joseph De Maistre, "el sacerdocio debe ser la principal preocupación de cualquier sociedad que desea renovar su vitalidad." La transformación que visualiza el Papa, requiere de una nueva primavera para el florecimiento de la identidad sacerdotal con la Persona de Jesucristo quien, después de todo, no está solamente en el corazón de la Iglesia como Señor y Salvador, sino que es también el centro de nuestra celebración milenaria.
Creo que es adecuado decir que el estado de sacerdocio que definimos como Occidental (Europa del oeste, Estados Unidos y Canadá), no es saludable. ¡Cuán a menudo se escucha al viajar de diócesis a diócesis que la "moral de los sacerdotes está baja!" Los abandonos del sacerdocio, escándalos notables, y la disminución constante durante décadas de las vocaciones sacerdotales, apuntan hacia una pérdida que no se alcanza a entender de la confianza sacerdotal, del optimismo y de la felicidad. En los Estados Unidos, la disminución en las vocaciones aún continúa, aunque hay señales débiles de estabilización muy por debajo del número mínimo requerido simplemente para reemplazar a la actual población de sacerdotes; aunque en general hubo un incremento de un 10% a través del mundo durante el pontificado del Papa Juan Pablo II. Disminuye el número de sacerdotes porque algunos se salen, otros se retiran y otros mueren, y esto hace que se incremente el promedio de la edad de aquellos que aún permanecen.
Dado que en la actualidad el 10% de las parroquias de los Estados Unidos no tienen sacerdote, los datos demográficos muestran que se va a necesitar una acción enérgica durante las siguientes décadas simplemente para mantener, mucho más para incrementar, el número de sacerdotes en este país.
Esto por supuesto, a no ser que los Estados Unidos tengan que darse el lujo de importar "misioneros" de Africa y de Asia, atraídos a menudo por el dinero que será reciclado para cuidar a sus familias en sus países de orígen en donde, diría yo, hay más necesidad de ellos debido a lo jóvenes que son las iglesias locales. La realidad es que, incluso aunque los Estados Unidos está comenzando a experimentar las consecuencias de una reducción de secerdotes, hay dos factores adicionales que deben de considerarse, los cuales posiblemente muestren la situación de este país en una forma no tan crítica y que les permite cierto espacio de respiro para enderezar la nave.
Uno: lamentablemente ha habido también una caída vertiginosa en los últimos 30 años en el porcentaje de los que van a la iglesia los domingos y por lo tanto, como se puede imaginar, en la práctica de la confesión. Este ritmo continúa disminuyendo, casi aparejado a la reducción del número de sacerdotes. Dos, la iglesia en los Estados Unidos tiene aún una de las tasas de sacerdotes más altas en el mundo por número de fieles. Sin embargo, no podemos excusarnos por la disminución del número de fieles para decir que se compensa con el número de sacerdotes. Nunca habrá suficientes sacerdotes o santos en el mundo.
Existen muchas razones en los Estados Unidos para que haya una baja moral entre los sacerdotes lo cual hace muy difícil que los jóvenes encuentren la persona de Cristo en ellos, sus modelos sacerdotales. La cultura es ciertamente hostil a la idea de una religión dogmática y especialmente al concepto del celibato apostólico. Lo que pareció en un tiempo ser una superestructura eclesiástica, sólida como roca, en los colegios diocesanos y de gramática parroquial, y el una vez excelente sistema universitario católico, ya prácticamente no existe. Ya no hay tampoco una gran cantidad de sacerdotes y religiosos bien identificados o que provengan de matrimonios grandes y estables, que fueron los semilleros de las vocaciones sacerdotales hasta la década de los sesenta.
Claramente, hay una diferencia radical de la enseñanza de la Iglesia tradicional respecto a la identidad sacerdotal en algunas areas de la Iglesia; esto afecta tanto la salud espiritual sacerdotal como al número de vocaciones sacerdotales nuevas. En algunos sectores las vocaciones sacerdotales y religiosas parecen estar desmotivadas con el papel del "ministro laico" que es presentado como respuesta a la deserción de sacerdotes.
Esto lleva a una "clericación de los laicos," verdaderamente un insulto a la bondad del mundo creado y redimido, y a la naturaleza radical del sacramento del Bautismo. La participación del laico en el sacerdocio de Cristo le lleva normalmente no a la participación litúrgica en el altar, sino que a su papel predominante de santificar el orden temporal en el mundo. Cuesta mucho encontrar en los documentos del Concilio Vaticano II vocablo "ministerio" aplicado a los laicos. No está allí. Los Padres del Concilio hablan de "apostolado" (el seguimiento estrecho al deseo de Cristo de llevar a otros hermanos hacia El) que fluye de la incorporación bautismal del laico en el cuerpo de Cristo. Algunos consideran que los religiosos viejos o los administradores laicos son un reemplazo apropiado de aquellos sacerdotes que son llamados por las necesidades sacramentales. Incluso esto puede cambiar con el tiempo, con una concepción equivocada, cuando la doctrina y la disciplina sean cambiadas o "desarrolladas" para dar lugar a sacerdotes mujeres o a sacerdotes casados, aunque todas las respuestas por parte del Magisterio sean contrarias a ello.
En otros sectores de la "Iglesia americana," se presentan varios "modelos de sacerdocio": el sacerdote como trabajador social, como agitador político, como un distribuidor mecanizado de los sacramentos, como burócrata diocesano, o simplemente como un débil irresponsable que se aproxima a su vocación como a un "trabajo" lleno de "stress" (léase laicacización de la clerecía), y la lista continúa. Ninguno de estos modelos puede ser identificado con la dignidad de Cristo, Sumo Sacerdote y Redentor. Es un tributo maravilloso a la naturaleza suprenatural de la Iglesia que los laicos hayan sobresalido en muchos casos con este comportamiento sacerdotal. En nuestra sociedad "moderna," los sacerdotes a veces son retratados como modelos no atractivos (o peor) en la televisión, en el cine y en la literatura. No quiero decir con esto que la mayoría de sacerdotes en los Estados Unidos sigan estos arquetipos. Sin embargo, las deserciones y los comportamientos aberrantes continúan a un ritmo alarmante, lo cual puede hacer que un observador imparcial saque como conclusión que a muchos sacerdotes no se les da el apoyo y socorro necesarios para vivir su llamado totalmente identificados con Cristo Sumo Sacerdote.
Algunas de las razones para esto son ciertamente culturales. El elemento humano de la Iglesia no es inmune a los virus asesinos que plagan al Occidente decandente, más notablemente su incapacidad de influir, dando así como producto una burguesía católica (laico o clérigo), producto inevitable del "americanismo," tan claramente condenado por el papa León XIII en el siglo diez y nueve, y exacerbado por la confusión moral y doctrinal que siguó al cierre del Concilio Vaticano II. Esta confusión no fue causada por el Concilio sino que por una interpretación retorcida y desafortunada de sus directivas por algunas personas que tenían agendas equivocadas, ideas que solamente ahora están saliendo a la luz. La confusióm, aunque todavía persiste, ha disminuído en forma dramática gracias a la enseñanza clara, consistente y coherente, durante dos décadas, de parte de Juan Pablo II. No es este el lugar para hablar de diferentes ideas y filosofías seculares desde Kant hasta Marx y hasta nuestro tiempo que han afectado en forma tan nociva las diferentes corrientes del pensamiento teologal católico. Sin embargo, su influencia ha sido desvastadora en muchas universidades católicas y en muchos departamentos de telogía, los cuales han formado, al menos teológicamente, a los sacerdotes de nuestra generación.
Esta crisis postconciliar no es nueva en la la historia de la Iglesia; vemos los avances del arrianismo durante muchas décadas después del Concilio de Nicea, o el crecimiento del Protestantismo que continuó incluso después del Concilio de Trento antes de que comenzara a retroceder un poco con la Reforma Católica. Esta Reforma es atribuída (y así es entendible), al gran trabajo de catequesis y de recuperación hecha por las nuevas congregaciones misioneras, muy notablemente por los jesuítas, los teatinos y los capuchinos y por la fuerte influencia espiritual de San Felipe Neri y su Oratorio, de Santa Teresa, San Juan de la Cruz, y los Carmelitas Descalzos. Después de todo, los santos y sus productos espirituales son los instrumentos del Espíritu Santo que producen la renovación en cuanquier época de la historia. Con el tiempo, sin embargo, la historia real, aunque algo oculta, de la renovación, fue la implementación de los decretos del Concilio de Trento respecto a la formación y vida sacerdotal, la cual tuvo su mejor ejemplo en el maravilloso ejemplo de San Carlos Borromeo de Milán, el primer intento valiente de implementar estos decretos, pese a una substancial oposición. La renovación del sacerdocio en el siglo veintiuno ocurrirá, creo yo, de la misma forma: es decir, a través del compromiso de santidad y de vida interior del sacerdote diocesano y de su inevitable y bienvenida influencia en el laicado–aunque no sin un poco de resistencia de parte de la burguesía.
Mi visión no es una quimera. Sacerdotes que están comprometidos a la santidad y a la fe de la Iglesia y a la evangelización sí existen; de hecho, su número está aumentando. Incluso existen actualmente algunos seminarios (con otros en proceso de formación), que están produciendo en forma consistente sacerdotes jóvenes ejemplares, bien "armados" para la evangelización de los Estados Unidos. Hay también varias diócesis que están produciendo desproporcionadamente grandes números de sacerdotes jóvenes, considerando el pequeño tamaño de la población diocesana. Una porción medible de estas vocaciones son producto de nuevos colegios católicos vibrantes, o de familias que han sido influídas por los nuevos movimientos y las instituciones que hacen énfasis en la fe dinámica de la vocación laical. Si algunas de las diócesis más grandes de los Estados Unidos fueran a producir "vocaciones" en base per cápita al ritmo de esas diócesis pequeñas pero llenas de vocaciones, ¡cada uno de sus seminarios tendrían alrededor de 3,000 seminaristas! No veo la razón por qué este florecimiento no puede ocurrir en cada diócesis de nuestro país. Don Bosco, el fundador de los salesianos, dijo una vez que él creía que uno de cada diez católicos jóvenes tenía vocación para el sacerdocio. Estoy de acuerdo con él.
Los escritos del Papa Juan Pablo II son "un manto sin costura" reflejando el intento del Papa de implementar la visión del Vaticano II a través del prisma de su filosofía "personalística" basada sólidamente en la filosofía perenne de Santo Tomás de Aquino de dos mil años antes de la enseñanza magisterial de la Iglesia. Tenemos la guía de él en las dos áreas más importantes que tienen necesidad de reforma y de renovación en la sociedad de hoy día, el sacerdocio y la familia. Los dos documentos para consultar, ambos facilmente leíbles y accesibles a sus lectores designados, son Carta a las Familias, escrita por el Santo Padre para el Año Internacional de la Familia en 1994, y el Directorio para la Vida y Ministerio de los Sacerdotes emitido en 1994 por la Sagrada Congregación para el Clero. Este último documento no está firmado por Juan Pablo II pero es bastante claro de que tiene su más enfático endoso. Quizá el 75% de las notas del mismo son tomadas de sus encíclicas, exortaciones apostólicas y de las Cartas a los Sacerdotes para el Jueves Santo. Quién puede dudar, después de leerlos, que estos mensajes fueran comunicados y diseminados clara y ampliamente a los católicos (¡y en muchos casos a los no católicos!) y puestos en efecto por sacerdotes y familias para que produzcan un cambio refrescante de nuestra sociedad y entorno social.
En el curso de mi trabajo pastoral con sacerdotes y seminaristas, constantemente me sorprende el encontrar sacerdotes (presentes y futuros) que no solamente nunca han leído el Directorio, sino que ni siquiera han oído hablar de él. El Directorio refuerza la identificación del sacerdote diocesano con Cristo Sacerdote en todos los aspectos, no dejando dudas para los clérigos de buena voluntad acerca de la mentalidad de la Iglesia hacia el sacerdocio en la medida en que cruzamos "el umbral de la esperanza." El documento básicamente recoge la enseñanza magisterial desde el Papa León XIII hasta nuestros días, haciendo especial énfasis en la enseñanza de Juan Pablo II, y la presenta en una forma abreviada y clara para la contemplación y la implementación. Resumiendo, el documento mira el ejemplo del Cura de Ars, de los sacerdotes diocesanos, y no al sacerdote "que se desarrolla actualmente" como modelo para iniciarse. Tengo la esperanza, y oro para que así sea, de que sea distribuído ampliamente entre todos los sacerdotes diocesanos por medio de sus obispos y amigos en los años por venir.
Bajo el título "Medios para la Vida Espiritual" (Número 39), el Directorio plantea para consideración de los sacerdotes los siete hábitos de los sacerdotes apostólicos santos. Estos son los medios confiables por los cuales el sacerdote, que es serio sobre la perseverancia en su vocación, se le asegurará su santidad, y una fructífera vida sacerdotal apostólica, incluyendo el atraer vocaciones sacerdotales para continuar con su labor en la tierra cuando él se haya marchado a recibir su recompensa. Estos son los medios que, si se practican fielmente en la vida sacerdotal con sus altibajos, traerán "la primavera de la Iglesia" en los siglos por venir. Como lo señaló el Beato Josemaría Escrivá, el apostolado (o la evangelización) no es otra cosa que la "abundancia de la vida interior," y la oración, tal como nos dice Don Chautard es el "alma del apostolado." Esos siete hábitos son: (1) la Celebración Eucarística diaria, (2) la confesión Sacramental frecuente, (3) el examen diario de conciencia, (4) la lectura diaria de la Escritura y lectura espiritual, (5) días de recogimiento y retiro, (6) devoción Mariana, y (7) el Vía Crucis y la meditación de la Pasión de Nuestro Señor (pudiera haber agregado ejercicio, dormir, y descansar, todo hecho por la gloria de Dios, pero ¡no importa!).
No hay nada nuevo en esto. Estos hábitos (pudiéramos llamarles plan de vida o ¿atrevernos a decir "estilo de vida"?) están entre los medios tradicionales propuestos por la Iglesia a todos los fieles, sin excepción, para permitirles tener un crecimiento de su vida interior y de su comportamiento Cristiano. La diferencia, por supuesto, radica en el hecho de que son absolutamente necesarios para el sacerdote diocesano para cumplir su vocación y santificar, si se quiere, su trabajo profesional. Caso contrario, con el tiempo caerá en una tibieza pasiva y/o activismo frenético, con el daño consecuente de su alma y la de aquellos que le han sido confiados a su cuidado pastoral así como de la Iglesia Universal. Esta práctica no es un asunto de simple repetición externa sino que es una expresión de un deseo voluntario e inteligente de usar los hábitos como medios para entrar en un amor más profundo hacia Dios. Un sacerdote que adquiere estos hábitos no se consumirá, con excepción claro de de los problemas normales que todos los hombres enfrentan como el envejecimiento y la enfermedad. Estos "hábitos" no puede estar limitados solamente a la proverbial "Hora Santa" tan efectivamente rezadas por el desaparecido Arzobispo Sheen. Más que nada son guías que se extienden desde la mañana hasta la noche, de semanas a meses, de años a décadas, tal que el sacerdote está siempre inmerso en Dios. No solamente son eficaces por su propia naturaleza en conseguir gracia para el sacerdote, sino que cada sacerdote que los practica abiertamente en su parroquia y rectoría, encontrará que su trabajo pastoral florece, porque sus parroquianos sabrán que tienen un sacerdote que reza desde el amanecer hasta el anochecer; y que solamente emergencias verdaderas le impedirán cumplir con su deber diario hacia Cristo en la oración. Ellos sabrán así que tienen un sacerdote que está más interesado en el ser que en el hacer o en el tener, en agradar más a los hombres que a Dios y en ser así capaz de hacer "un sincero regalo de sí mismo," siendo Cristo en Sí mismo. Un sacerdote que vive estos hábitos será capaz de compartir y de llegarles en forma efectiva porque todos veremos que él vive lo que predica y lo que aconseja.
No creo que este sea el lugar apropiado para examinar los siete hábitos uno por uno porque eso ya ha sido hecho en forma exhaustiva por el Magisterio, por los Padres y los Doctores de la Iglesia, por los santos, los escritores espirituales y los que han contribuído a esta revisión. Sí creo que existe un hábito que es más importante que todos los demás. Mi elección tal vez les sorprenda. Me refiero al No. 2, a la Confesión Frecuente y la Dirección Espiritual. El recibir dirección espiritual es un compromiso de obedecer al Espíritu Santo hablando a través de otra persona o de una institución. Quien haya escuchado alguna vez a un sacerdote confesar sinceramente sus pecados semanalmente o cada dos semanas y que haya recibido dirección espiritual frecuente de un sacerdote que se atreve a ser demandante será feliz y efectivo en su vida y en su trabajo pastoral. Si "el arte supremo es la dirección de las almas," de acuerdo al Papa San Gregorio, ¿cómo puede pretender un sacerdote dar consejería espiritual a aquellos que han sido confiados a su cuidado si él no la recibe? Un sacerdote que vive este hábito vivirá inevitablemente todos los demás. ¿Por qué? Muy simple, porque un sacerdote que confiesa sus pecados, y se deja ser conocido y guiado en la dirección espiritual, es un sacerdote humilde, y la humildad es el "hábito" fundamental que permite a todos los otros hábitos ayudarle a ser santo y apostólico. Nuestro Señor pidió a sus seguidores que le imitaran en una sola virtud y esa fue el ser "manso y humilde de corazón."
La identidad sacerdotal es la clave para restaurar la moral en el sacerdocio y los sacerdotes necesitan de un ambiente en el que puedan practicar los siete hábitos. El ser sacerdote no quiere decir que sean solterones. Son hombres que, gracias al gran don del celibato apostólico, están destinados a formar parte de muchas familias por su participación en el Sacerdocio de Cristo como otros Cristos. El ser miembros de una familia comienza con la Santísima Trinidad como hijos de Dios, y continúa con la Sagrada Familia, con la Iglesia, con su familia natural, con su diócesis, sus parroquias y sus hermanos sacerdotes. Están destinados a ser "tremendos amantes," (en palabras de Fr. Boylan) y necesitan de un hogar. No es bueno para el hombre el estar solo, y no hay hombres más viriles que los sacerdotes. Los sacerdotes necesitan de ayuda, oración, amistad, y del ejemplo de toda la gente que les rodea, pero particularmente, de sus compañeros sacerdotes. Como muchos sacerdotes pueden testificar, la soledad puede ser la Cruz más difícil de llevar. Sin embargo, existen remedios para la soledad, y los sacerdotes son libres de buscar ayuda sobre la que pueda apoyarse su felicidad. Los sacerdotes diocesanos pueden, ciertamente, establecer sus propios grupos de apoyo para oración, socializar, ejercitar, orar y descansar. Pero normalmente esto no es suficiente. En el No. 29 del Directorio, el documento hace eco del Segundo Concilio Vaticano (P.O. No. 8) y del Cánon 550, n.2, enalteciendo a "aquellas asociaciones que apoyan la fraternidad sacerdotal, la santidad en el ejercicio de su ministerio y la comunión con el Obispo y con toda la Iglesia." Ya sea una sociedad sacerdotal, una Orden terciaria, un instituto secular, o un movimiento mayormente laico, existen ciertamente organizaciones espirituales en la Iglesia en el medio actual, en las que vemos al Espíritu Santo muy activo, que pueden garantizar el apoyo, la dirección espiritual y la vida familiar necesaria para que todos los sacerdotes puedan vivir los siete hábitos y ser felices, santos y apostólicos. María, la Madre de Dios, y la Iglesia, desean y merecen no menos para sus hijos más amados.
First appeared in Ediciones Palabra (Madrid, Spain) in the June, 1998, issue. Primero publicado en Ediciones Palabra (Madrid, España) en junio de 1998.