Política sin Dios, por George Weigel
por el Padre John McCloskey
El título original, pasado a subtítulo en la edición española, alude a dos grandes monumentos parisinos: el Arco de la Defensa y la catedral de Notre Dame. Con sospechosa coincidencia, todas las guías turísticas de la ciudad destacan que el templo gótico cabría entero en el interior del gigantesco cubo levantado para conmemorar el bicentenario de la Revolución Francesa. La observación parece ser la imagen de una tesis histórica e ideológica: la Ilustración engullendo los siglos de cultura católica que configuraron a Francia. Weigel se pregunta cuál de las dos culturas serviría de cimiento moral más sólido para la democracia: "¿La cultura que ha sido capaz de construir un cubo como éste, tan sobrecogedor, tan racional, tan preciso en la geometría de sus ángulos, pero en última instancia carente de personalidad, o la cultura que construyó las bóvedas, los pináculos, las gárgolas, los arbotantes exentos (...), es decir, las sagradas ‘asimetrías' de Notre Dame y de otras espléndidas catedrales góticas diseminadas por toda Europa?".
En este libro, quizá el mejor –y más breve– de los que ha escrito hasta ahora, George Weigel ofrece una perspicaz crítica de los problemas de esta Europa actual que se aparta de sus raíces cristianas. Pretende hacer un análisis aleccionador para sus compatriotas, pues –señala– aunque Estados Unidos presenta una religiosidad más viva, comparte con Europa los mismos males de fondo y podría seguir el mismo camino. Weigel menciona, por ejemplo, un régimen de aborto legal en que una especie animal en peligro de extinción está más protegida que un niño no nacido; pornografía; altas tasas de divorcio y nacimientos extramatrimoniales; la incapacidad de debatir asuntos como el matrimonio o la investigación con embriones en términos que no sean sentimentales o utilitaristas...
Al buscar las raíces de la mentalidad presente, Weigel subraya el prolongado empeño por reescribir el pasado, para suprimir todo lo que contradice la interpretación secularista de la historia. Así, se silencia el papel decisivo de estadistas católicos en la construcción de la unidad europea tras la II Guerra Mundial. Sobre todo, se asigna a la Ilustración todo el mérito del proyecto democrático, mientras se niega su arraigo en el suelo cristiano de la Europa anterior, calificada de "Edad Oscura", siglos desperdiciados, llenos de superstición papista y barbarie.
Al final, Weigel muestra que una cultura totalmente secularizada, que ha desarrollado una aguda alergia a la verdad moral, no podrá bastarse para sostener los valores de la libertad y la democracia. Y, vista la evolución de Europa, el autor es pesimista, aunque se manifiesta ansioso de que el porvenir le refute. Entre otros motivos de esperanza, anota los nuevos signos de vitalidad cristiana entre hijos de veteranos del 68 que vuelven a la fe. Pero esto no me parece suficiente, si en las próximas décadas no se traduce en un gran número de católicos consecuentes que influyan seriamente en la cultura europea.