La Familia: Semillero de Vocaciones
por Padre John McCloskey
Ya sabemos que la enseñanza medular del Segundo Concilio Vaticano es la llamada radical de todos a la santidad. Sin embargo, también sabemos que Dios llama a unos pocos escogidos, que deberían ser muchos, a seguirlo aún más íntimamente en una vida de celibato apostólico para el reino de Dios, ya sea como sacerdote, religioso o laico. El fundador del Opus Dei dijo una vez que aquellos llamados por Dios, deben su vocación, en un noventa por ciento a sus padres. La familia es semillero de vocaciones.
San Juan Bosco decía que uno de cada diez hombres católicos tiene vocación sacerdotal. Puede decirse que él usó la palabra hombres en el sentido inclusivo de la palabra por lo que Dios llama a una de cada diez personas a una llamada específico supernatural. Quizás esta es la forma en que Dios se asegura el diezmo de sus hijos. A El no le interesa el dinero pero su compromiso es total para con sus hijos como Padre amoroso que es.
Una de las más grandes esperanzas de la familia católica debería ser tener uno o más de sus hijos escogidos en forma especial por Dios para su servicio. Tradicionalmente esto significa una vocación al sacerdocio diocesano o a una congregación religiosa. En sentido concreto, nos referimos al sacerdocio, la vida religiosa o uno de los varios movimientos e instituciones de laicos que les permite dedicarse totalmente a Dios permaneciendo en medio del mundo. Estas nuevas instituciones son altamente favorecidas por la Iglesia como medios de dedicación completa al apostolado, al iniciarse el milenio. En estos tiempos, es cada vez más reconocido que la vocación al celibato apostólico por el reino de Dios es también una opción viable para los laicos. Por cierto la Iglesia ha dejado muy en claro su apoyo entusiasta a la necesidad y eficacia de vocaciones específicas a los varios movimientos e instituciones de la Iglesia orientadas a los laicos.
No obstante, no es un secreto que, salvo unas pocas y notables excepciones en unas cuantas diócesis y congregaciones religiosas, las vocaciones han declinado considerablemente en Europa y Norteamérica en los últimos 40 años. A la vez se ha observado un alza constante pero no extraordinaria en todo el mundo durante el pontificado de Juan Pablo II. Existe una serie de razones sobre la declinación de vocaciones en Occidente. Podríamos citar el uso de anticonceptivos que produce familias más pequeñas, la afluencia económica que resulta en un espíritu burgués con la consecuente falta de generosidad, la ausencia de catequesis, la confusión general en la Iglesia, la revolución sexual y la resultante pérdida de la inocencia que conlleva al cinismo y al hedonismo en los jóvenes donde deberían haber altos ideales. El triste ejemplo de decenas de miles de parejas casadas y sacerdotes y religiosos que no han sido fieles a sus compromisos con Dios y la Iglesia, y sus compromisos mutuos. Sin embargo, el ejemplo de santidad es una influencia mucho más poderosa en la juventud si han sido educados en un espíritu de apreciación de la santidad. Observemos el impacto de Juan Pablo II, la Madre Teresa, la nueva Doctora de la Iglesia, Santa Teresita de Lisieux, San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei y tantos otros. Miremos los Días de la Juventud celebrados en Czestochowa, Denver y París con millones de jóvenes unidos en oración, sacrificio y celo apostólico con el Santo Padre y la Iglesia.
La atmósfera familiar en la que surgen, se nutren y culminan las vocaciones, no difiere para nada de las que los padres que toman en serio su catolicismo, crean para sus hijos en preparación de matrimonios santos y de su testimonio cristiano ante el mundo. Tal como afirma Jim Stenson, experto en asuntos familiares, los padres deberían formar a sus hijos con la visión puesta en un futuro no distante en el que sus hijos, a su vez, se casarán y tendrán sus propios hijos. Los preparan para convertirlos en adultos responsables y creyentes y en personas de familia que construirán la Iglesia, la sociedad y la cultura.
Los padres de familia católicos que desean producir vocaciones para la Iglesia deben estar preparados para combatir la cultura actual a niveles heroicos. Como decía la vieja canción de los Beatles -no resulta fácil- (It don't come easy). Dicho en términos suaves, el mundo en este momento parece diseñado para desalentar a la gente, principalmente a los jóvenes, de ni tan siquiera pensar en una dedicación completa a Dios. Yo prefiero hablar de tres influencias particularmente fuertes sobre la juventud de hoy. Primero, la cultura general. Segundo, el sistema educativo. Tercero, el ambiente familiar. Sería deseable que al menos dos de estos tres aspectos influyeran positivamente para crear un medio favorable para que los jóvenes y las jóvenes se comprometieran totalmente con Dios. Pero este no es el caso lamentablemente. El sistema secular de educación, de arriba abajo, en la forma como está constituido actualmente, representa la ideología del humanismo secular como norma general. La cultura general parece diseñada por una inteligencia diabólica para destruir toda noción de verdad o belleza en los corazones y las inteligencias jóvenes. Queda pues la familia, que se encuentra bajo ataque sin precedentes por las fuerzas ya mencionadas y otras. Aparentemente ha quedado sola para defenderse por sí misma. Sin embargo, el Pontífice reinante Juan Pablo II nos dice que el futuro pasa a través de la familia. Yo también, igual que él, apuesto por la familia. Tiene una larga historia de supervivencia. Asegurémonos de leer su Carta a las Familias en la que presenta consejos útiles y llenos de esperanza.
Qué pueden hacer los padres de familia para crear un medio en el que uno o varios de sus hijos puedan discernir una llamada específica de Dios para seguirlo completamente? Deben impulsar una vida familiar donde se considere natural la generosidad, ofrecer el regalo sincero de uno mismo a otros. He aquí algunas ideas:
1. Los padres deben ser los mejores amigos de sus hijos. Crear y mantener la amistad de los hijos es tarea que asusta pero que también da mucha felicidad. Hay que demostrarles confianza y respetar su libertad desde temprana edad, confiando que el Espíritu Santo está actuando en sus almas desde el momento del Bautismo. A veces se sentirán decepcionados pero sus hijos sabrán que el amor de sus padres es incondicional. Hábleles con frecuencia en términos positivos de la Iglesia y la grandeza de la llamada a una vida de dedicación en ella. Si bien algunas personas que han dedicado sus vidas a la Iglesia, tienen también sus fallos humanos, nunca hable negativamente de ellas. Que sus hijos sepan que ustedes oran por ellos diariamente, que sean santos, felices y generosos cualquiera que sea el llamado que reciban de Dios. Déjenles saber que si bien les preocupa su educación, su salud, sus logros, sus carreras, todo ello es secundario comparado con una vida de virtud y felicidad en este mundo y luego la salvación eterna en la otra vida.
2. Propicien una vida sencilla de piedad en el hogar, de acuerdo a las edades y condiciones de los hijos. Los niños deben quedar pidiendo más y no pidiendo que les den menos. En una ocasión unos padres de familia le preguntaron al Cura de Ars qué era lo mejor que podían hacer por sus hijos. El contestó simplemente que lo mejor era llevarlos con frecuencia a Jesús en la Eucaristía y en el Sacramento de la Penitencia. Hay que buscar la forma de hacer esto y que lo encuentren atrayente, respetando al mismo tiempo su libertad.
Lo más importante es que miren a sus padres llevando una vida más devota que la de ellos. Ellos observarán a sus padres orando, asistiendo a Misa, a la confesión, leyendo la Escritura, rezando el Rosario, etc. Observarán que el calendario litúrgico es el más importante de todos en la familia y que se observan las respectivas celebraciones. Notarán que para esto a veces hay que sacrificarse. En consecuencia, complacer a Dios no a los hombres será también la prioridad en sus vidas.
3. Enséñenles a valorar la pobreza y el desprendimiento. Que su dinero no sea abundante. No permitan que adquieran cosas indiscriminadamente o que midan a las personas por la cantidad de cosas que poseen. Que aprendan a que las cosas les duren y a vivir sin ellas tranquilamente. Que aprendan a compartir con gozo. Que usen sus veranos productivamente. Eso a menudo quiere decir que trabajen y/ o usen su tiempo sirviendo con generosidad a otras personas menos afortunadas.
De acuerdo a su edad y capacidad permítales que tomen contacto con situaciones de miseria. Será bueno que aprendan a sentirse cómodos en sitios tales como hospitales para enfermos incurables, asilos de ancianos, instituciones que preparan alimentos para los necesitados (Soup kitchens). Una de las formas más efectivas de asegurar que se forme esta cualidad de generosidad es simplemente tener una familia grande y valorar los hijos que Dios les envíe. Esto les ayudará a colocar a la persona y no al placer u objeto en el centro de su universo moral. El mejor regalo que pueden darles a sus hijos es más hermanos y hermanas. Las personas no son cosas. Así, nunca verán a otra persona como un medio o un objeto sino más bien como otro Cristo, a quien ellos tienen el privilegio de servir.
4. Infúndanles el aprecio de la belleza, ya sea en la naturaleza, en la literatura, la música o el arte. Los libros, revistas, discos compactos, videos, instrumentos musicales y el arte que los padres tengan en su hogar, los programas de televisión que miran en familia, y los paseos familiares, todo los preparará a apreciar la bondad del mundo material que Dios ha creado y redimido. Así, por contraste, comprenderán y desecharán la cultura de la muerte, que mata tanto el cuerpo como el alma. Eviten dejar a sus hijos solos con la televisión o la computadora, particularmente en relación con juegos y con la Internet. Estas deben considerarse como sustancias peligrosas, fácilmente sujetas a abuso y que por lo tanto hay que supervisar y controlar estrechamente. Todo esto los preparará, a medida que van madurando, a ser más reflexivos y contemplativos, y por tanto más aptos para discernir y responder con sabiduría la llamada de Dios.
Tengan especial cuidado con la formación de los hijos fuera del hogar. Estimulen para ellos una amplia gama de amigos con quienes pueda compartir el gozo de su propia vida familiar. Al terminar la secundaria simplemente deberían tener una comprensión excelente de las enseñanzas católicas en su doctrina y moralidad, y estar en capacidad de transmitir a otros la esperanza que los alienta por dentro. Esta es la responsabilidad primordial de los padres. Cada familia tiene diferentes circunstancias financieras y diversas opciones. Pueden educarlos en el hogar, en escuelas parroquiales o privadas e incluso en escuelas públicas. Sin embargo no es cuestión de opciones solamente. Los padres cristianos tienen la grave responsabilidad de mejorar todos los diversos tipos de educación, pero insistiendo siempre en que los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos.
Si fuera necesario, los padres personalmente deberán enseñarles la Fe a sus hijos pero en todo caso, no enviarlos a la universidad como inocentes corderos listos para el matadero. Créanme, hay abundancia de lobos allí fuera. Propongan a sus hijos a los santos como sus modelos, entusiasmándolos a que imiten las virtudes de los grandes hombres y mujeres de la historia. Recuerden que los están preparando para una vida de servicio y dedicación a Dios y no necesariamente para el convento, el monasterio o la parroquia. También hay que instarlos con gentileza a que participen en programas católicos para la juventud que sean sanos, exigentes y divertidos. A lo mejor es allí donde entrarán por primera vez en contacto con aquellos nuevos mentores y amigos que los introducirán más concretamente a la posibilidad de una vida de total dedicación.
Estas son solamente unas cuantas ideas. Ustedes seguramente tendrán otras. Nadie conoce a sus hijos mejor que sus propios padres o los ama más, excepto el propio Dios. Las vocaciones son un fenómeno de oferta y demanda. La oferta crea la demanda. Si usted ofrece sus hijos a Dios por medio de la oración y de la preparación cuidadosa, El no se quedará atrás y los tomará por medio de su gracia divina y con la colaboración de ellos. No olviden el camino corto de confiar sus hijos a María, la Madre de Dios. Si Nuestra Señora los toma bajo su especial protección, su Hijo los transformará en los nuevos evangelizadores del tercer milenio. Se elevará entonces un himno de acción de gracias a Dios para premiar la generosidad de los padres, llamando a uno de los suyos a convertirse en uno de sus hijos predilectos. Y si sus hijos no reciben la vocación divina, a pesar de los consejos aquí indicados? No se preocupen, sus nietos serán entonces los llamados. A Dios nadie le gana en generosidad.