El Papa y El Opus Dei
por el Padre John McCloskey
Las personas que saben que pasé años trabajando en Park Avenue y Wall Street con el Citibank y Merrill Lynch a menudo suponen que recibí una "tardía llamada" al sacerdocio y que me fuí huyendo del malvado mundo de los amos del universo en pos de un santo trabajo clerical. Primero les contesto con una broma, diciéndoles que lo que andaba buscando era un mejor retorno para mi inversión (Después de todo ni George Soros ni Peter Lynch pueden garantizar "el ciento por uno en esta vida y la vida eterna"). Luego me apresuro a asegurarles que desde hacía muchos años yo ya como laico, me había dedicado por completo a Dios, y esa dedicación es posible y de hecho imprescindible para todo aquel que quiera buscar la santidad en medio de la vida cotidiana cualquiera que sea su profesión o su situación familiar.
Ese es el mensaje central de la Prelatura del Opus Dei a cuyo presbiterio pertenezco. Ese por cierto es también el mensaje del Concilio Vaticano II. Muchas interpretaciones distorsionan el mensaje del Concilio por lo que cabe aclarar que su objetivo principal no fue el papel de los laicos en la Iglesia. Por el contrario, se trata del papel del laico católico en el mundo. Esta distinción es fundamental y tiene muchas y profundas consecuencias tanto para la sociedad como para la cultura.
Todo lo anterior sirva de introducción al fenómeno del crecimiento del Opus Dei en todo el mundo y cómo esto puede ser un aspecto de la estrategia global del pontificado de Juan Pablo II, en estos momentos en que el tan anunciado nuevo milenio se acerca rápidamente. No es un secreto para nadie que todos los Papas cuyos reinados han coincidido con el desarrollo y crecimiento del Opus Dei desde 1928 han aprobado sin reservas su misión y su mensaje. Sin embargo, Juan Pablo II -quizás a consecuencia de su formación profesional y de la variedad de su trabajo- ha captado la importancia del Opus Dei más profundamente y ha desempeñado un papel fundamental en el estímulo de su desarrollo otorgándole su status legal definitivo, estableciendo la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, y finalmente beatificando (canonizando) a su fundador, San Josemaría Escrivá.
Las enseñanzas de San Josemaría están arraigadas en el concepto de la filiación divina, la realidad de que todos los seres humanos somos hijos de Dios. De aquí resultan sus derechos y responsabilidades ante Dios, la Iglesia y la sociedad. Poseemos el inalienable derecho a la vida (desde la concepción hasta la muerte natural como lo describe el Santo Padre) y mediante la gracia de Dios tenemos el privilegio de vivir la vida aquí en la tierra, dirigida hacia un destino eterno, mediante nuestra afiliación a la Iglesia. Esto por supuesto calza perfectamente con el énfasis que otorga el Papa a la "dignidad de la persona humana" como el parámetro para medir la salud de toda sociedad.
El trabajo, definido por el Papa en su encíclica Laborem Exercens como todo aquello que es de utilidad al ser humano, constituye el punto crucial en el que se basa la espiritualidad del Opus Dei. Durante siglos la espiritualidad católica en gran medida ignoró el valor del trabajo humano como medio esencial para el crecimiento en la gracia de Dios del cristiano común y corriente. Para pertenecer a la élite espiritual católica, había que tener vocación sacerdotal o a la vida religiosa. Esta visión tuvo como efecto, relegar a los laicos a una ciudadanía de segunda clase en la Iglesia. En una carta famosa escrita por un prelado de Roma al Cardenal Newman en el siglo diecinueve, describía el papel de los laicos como simplemente: "cazar, disparar y divertir". Escrivá concibió el trabajo humano de cualquier tipo, ya sea el servicio a la familia y a la sociedad o el servicio para dar gloria a Dios, como una forma de ennoblecimiento, disponible para todos. Su mensaje, por tanto, como decía él, "abría las sendas divinas de la tierra".
Este punto no ha pasado desapercibido para el Papa Juan Pablo II. Recién electo al dirigirse a unos miembros del Opus Dei en 1979, señaló que "El Opus Dei anticipó la teología del laicado del Concilio Vaticano II." San Josemaría insistía en que esta elevación de la dignidad del trabajo estuviera integrada con la vida familiar y espiritual del individuo en lo que él llamaba "unidad de vida", frase que luego también se integró a las enseñanzas de la iglesia en su documento sinodal sobre el papel de los laicos. "No podemos llevar una doble vida. No podemos ser como los esquizofrénicos. Si queremos ser cristianos, sólo hay una vida, hecha de espíritu y de carne. Y es esta vida la que tiene que tiene ser santa en cuerpo y alma, y llena de Dios. Descubrimos al Dios invisible en las cosas más visibles y materiales."
San Josemaría también daba gran énfasis a la dignidad de la libertad humana como un don divino, detestando tanto los regímenes totalitarios de gobierno como cualquier esfuerzo para restringir las conciencias de los individuos. Juan Pablo II, en el contexto de la acción prudente, ha insistido igualmente en la importancia de la libertad y la responsabilidad, respetando tanto la ley natural como la revelación divina. La verdadera libertad consiste en la promoción de la dignidad humana en el contexto de la familia. Ambos están de acuerdo con Lord Acton quien dijo "ningún país puede ser libre sin religión. Esta crea y fortalece el concepto del deber. Si los hombres no se mantienen en orden por el deber, entonces será por el temor. Mientras mayor sea el miedo, menos libres serán. A mayor fuerza del deber, mayor libertad."
La obra más grande de Escrivá es la propia Prelatura del Opus Dei, que se extiende a millones de personas en los cinco continentes mediante su programa de formación personal. Inculca las enseñanzas perdurables de la Iglesia junto con las inspiraciones personales de San Josemaría en relación con la importancia de la piedad, el trabajo y el testimonio cristiano. Además, han surgido cienes de iniciativas de los miembros del Opus Dei y sus amigos para remediar notorias necesidades sociales en situaciones particulares, tales como las universidades, los programas de desarrollo de los barrios urbanos, las escuelas en granjas rurales, etc., todo hecho profesionalmente pero con espíritu de servicio desinteresado.
El énfasis de San Josemaría en el trabajo, la piedad, la libertad y la iniciativa se enmarcan en unión total con el magisterio de la Iglesia y son, según las palabras del historiador Paul Johnson ( al referirse a la opinión de Juan Pablo II), una fórmula que funciona, "Escrivá ofreció la combinación correcta, una fuerte adhesión a los dogmas tradicionales y a las pautas morales del Catolicismo, junto con el celo misionero para aplicarlos al mundo moderno."
El énfasis de San Josemaría en una verdadera espiritualidad del trabajo y de la vida ordinaria proporcionan un propósito dinámico en los esfuerzos de evangelización tanto en Oriente como Occidente… Es a la vez convincente y deprimente lo que escribe William Bennett en su obra "Cuantificando la declinación americana" (Quantifying America's Decline). Afirma que sólo las virtudes cívicas y el fomento del carácter moral mediante la educación, pueden detener la oleada de rápida desintegración de la sociedad. No obstante, puede demostrarse claramente como lo demostró el historiador Christopher Dawson, que "es el impulso religioso el que proporciona la fuerza cohesiva que unifica a las sociedades y las culturas… Una sociedad que ha perdido su religión tarde o temprano pierde también su cultura." Sólo las naciones que están firmamente arraigadas en una fuerte creencia religiosa que juega un papel importante influyendo en la conducta humana, pueden prosperar o aún sobrevivir.
El Papa Juan Pablo II jugó un papel crucial, y extraordinario en la caída del comunismo en Europa Oriental. Percibe ahora como su lucha final, rescatar al antiguo Occidente cristiano del materialismo hedonista que amenaza a la civilización de igual manera que el marxismo ateo. Habiendo colapsado la ideología de la Revolución Bolchevique, los próximos en desaparecer han de ser los excesos ideológicos de la Revolución Francesa. Resulta lógico que Alexander Solzheinitsyn, el gran anti liberal de nuestros tiempos, se haya reunido con el Santo Padre por más de una hora en ocasión del 15o. aniversario de la elección del Papa. Qué conversación habrán sostenido. Solzheinitsyn llegaba directamente de Francia donde se había conmemorado el 200 aniversario de las masacres de los católicos Vendee por los revolucionarios franceses. Hace unos pocos años presenciamos a Madre Teresa ganadora del Premio Nobel de la Paz enfrentándose frente a frente con los Clintons y los Gores sobre los temas del aborto y la adopción en el desayuno de oración del Congreso en Wshington. Lo sagrado y lo secular enfrentados cuando debería estar al servicio mutuo.
Se dice que el Papa León XIII, el primer Papa "moderno" y el exponente más elocuente del magisterio social de la Iglesia, tuvo un presentimiento a finales de los años 1880, cuando vió que Dios permitía que las fuerzas del mal se desataran durante un siglo. Hemos visto el resultado y quizás el colapso del comunismo en 1989 fue el final de ese siglo de guerras y asesinatos masivos sin paralelo. Juan Pablo II cree que el mensaje de San Josemaría es un medio para afianzarnos en la providencia divina de modo que al pasar al nuevo milenio, el futuro será un mejor reflejo de la bondad de Dios y de la dignidad del hombre. Esto y solamente esto puede evitar que descendamos a una barbarie de alta tecnología.
El gran sociólogo francés De Tocqueville al hablar de nuestro país decía que " los hombres de nuestros días no están dispuestos a creer, pero apenas tienen una religión, inmediatamente encuentran en sí mismos, un instinto latente que los impulsa inconscientemente hacia el catolicismo. Se asombran ante muchas de las doctrinas y prácticas de la Iglesia Católica Romana, pero sienten una admiración secreta por su disciplina y se sienten atraídos por su gran unidad." Si en efecto el momento católico está presente en Occidente, es obvio que el Papa Juan Pablo II mira en San Josemaría Escrivá y en su Obra, el instrumento eficiente para capturarlo.