El Auge Del Cristianismo
Por Rodney Stark - Publicado por Princeton University Press, 1996
Crítica literaria por el Padre John McCloskey
A medida que se acerca el año 2000, un número cada vez mayor de personas se preguntan por qué celebramos el fin de un milenio y el inicio de otro. La cuenta se retrotrae obviamente más o menos al nacimiento de Cristo. Fue entonces que comenzó un movimiento mundial llamado Cristianismo, que tomó forma y continuidad principalmente como una Iglesia universal que ha perdurado hasta nuestros tiempos con más de mil millones de miembros y otros quinientos millones que se adhieren a alguna versión cismática o imperfecta del Cristianismo. La historia del Cristianismo va a continuar hasta el fin del mundo, al menos si como cristianos creemos que habrá una segunda venida y un juicio final. Cómo creció esta Iglesia a partir de un solo Hombre, luego doce apóstoles, luego varios miles en la época de los Hechos de los Apóstoles, hasta aproximadamente seis millones en el año 300, pocos años después del Edicto de Milán, es una de las interrogantes más importantes de la historia y el tema de este fascinante libro. Resulta irónico, si bien satisfactorio, que sea la sociología, que tan a menudo se ha usado para atacar el dogma cristiano, la que ahora, objetivamente, confirme algunos de los hechos proclamados por el Cristianismo.
No podía haber aparecido este libro en un momento mejor. Al aproximarse el milenio y con el total o casi total colapso de muchas de las ideologías basadas en el ateísmo -principalmente el Marxismo, el Freudianismo y el Darwinismo- , se observa un mayor retorno a una preferencia radical por la humanidad, parecido al que se presentó en los primeros siglos de la era cristiana, cuando a un credo fijo, un cristianismo jerárquico con su sistema sacramental y el mensaje del "don de sí mismo", se contrapuso un sistema desesperado de paganismo hedonista con su corolario de religiones gnósticas y "naturales", cuyas expresiones modernas son el culto al progreso y a las ciencias modernas.
En su libro "The Rise of Christianity" (Princeton University Press, 1996), Rodney Stark, profesor de sociología y religiones comparadas en la Universidad de Washington, ha escrito un libro que estimula el pensamiento y que cuestiona muchas de las premisas tanto de los cristianos ortodoxos como de los escépticos inflexibles relacionadas con el crecimiento del cristianismo durante los tres siglos que siguieron al nacimiento de Cristo. El autor se pregunta a sí mismo (y a nosotros), "¿Cómo sucedió? ¿Cómo fue que un pequeño y oscuro movimiento mesiánico surgido al margen del imperio romano desalojó al paganismo clásico y se convirtió en la fe predominante de la civilización occidental? Si bien ésta es la única pregunta, se necesitan múltiples respuestas - no fue un solo factor el que llevó al triunfo del Cristianismo". El autor, sociólogo profesional de renombre, no busca explicaciones sobrenaturales que después de todo son cuestiones de fe, sino más bien busca los datos estrictamente sociológicos, hasta donde es posible conseguirlos, y que son los que pueden explicar el fenómeno peculiar del Cristianismo en el escenario mundial. Los cristianos ciertamente ven en este crecimiento y continuidad un signo claro de la presencia del divino Espíritu Santo que Cristo prometió que habría de estar con su Iglesia hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, los cristianos también creen que la gracia perfecciona a la naturaleza y que Dios prefiere usar causas secundarias para difundir el mensaje del Cristianismo.
El Dr. Stark utiliza las herramientas de la sociología así como sus propias investigaciones y las de otros para explicar el singular crecimiento del Cristianismo. Siempre serán un misterio de la mente divina, inaccesible para nosotros, las razones que tuvo Dios para elegir a los judíos como su pueblo escogido y a la Iglesia Católica como su continuación espiritual. A la larga, los métodos utilizados en este estudio no constituyen la explicación total, pero sí nos dan una idea del atractivo humano de la fe que ha producido una corriente continua de conversiones a través de los siglos así como los factores demográficos que resultan de la actitud moral de los cristianos hacia el matrimonio, la familia y su apertura a la vida. Examinaré solamente unas pocas de las interesantes ideas y conclusiones del libro, dejando el resto para su propia lectura del libro.
En unos cuantos capítulos cortos, Stark nos presenta algunas conclusiones sorprendentes . Nos dice que, contrario a la creencia establecida, el Cristianismo no fue un movimiento de los desposeídos - un refugio para los esclavos romanos y las masas empobrecidas – sino que más bien se basó en las clases media y alta que constituían los sólidos ciudadanos del Imperio Romano. Esto no disminuye de ninguna manera la histórica "opción preferencial por los pobres" de la Iglesia, disposición perenne que viene del mismo Cristo directamente; que el Cristianismo creció mucho más rápidamente en la ciudades pobladas, mientras los pobres campesinos estaban en las tierras alejadas. Este predominio de las clases media y alta, dada la generosidad de los primeros cristianos, conduciría a una eficiente red de beneficiencia para la atención de los ancianos, de las viudas y de los huérfanos, al establecimiento de cementerios cristianos, y con el tiempo, a lugares de culto, los cuales, por supuesto, antes del Edicto de Milán estaban ubicados en casas particulares.
En una de las más sorprendentes conclusiones de su investigación, Stark señala que contrario a la creencia general, la misión que los primeros cristianos dirigieron a los judíos fue muy exitosa y continuó hasta el año 300. Según Stark, los judíos de la Diáspora que eran unos cuatro o cinco millones, se habían "ajustado a la vida en la Diáspora en una forma tal que que se volvieron marginales para el judaísmo de Jerusalén, de aquí la necesidad de traducir al griego la Torah para los judíos fuera de Jerusalén (el Septuaginto), ya desde el siglo tercero". Para los judíos que vivían en el mundo griego "el Cristianismo les ofreció la posibilidad de retener una buena parte del contenido religioso de ambas culturas y solucionar las contradicciones entre ambas." Como puede verse en los Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos encabezados por San Pablo se dirigieron naturalmente a las comunidades judías de los grandes centros urbanos. Estas comunidades, acostumbradas a recibir a los maestros de Jerusalén, no se escandalizaban muy fácilmente de la opresión romana, que era al menos en parte, responsable de la crucifixión de Jesús. La evidencia arqueológica muestra que las primeras Iglesias Cristianas fuera de Palestina estaban concentradas en las áreas judías de las ciudades. Pero Stark no para allí. Propone que para el año 250 ya había alrededor de un millón de cristianos (de acuerdo a su cálculo de una tasa de crecimiento anual del 40%), la gran mayoría pudieron haber sido judíos conversos, hasta uno de cada cinco de los judíos de la Diáspora. Uno de los problemas más difíciles de los obispos católicos ya entrado el siglo quinto, puede haber sido convencer a los judíos conversos de abstenerse de asistir a las sinagogas y que abandonaran las costumbres judías.
En el año 165 durante el reinado de Marco Aurelio, una epidemia que duró quince años, arrasó con un tercio de la población total del imperio, incluyendo al propio Marco Aurelio. En el año 251 otra epidemia similar, probablemente de sarampión, arrasó con resultados parecidos. Los historiadores reconocen generalmente que estas epidemias redujeron la población de tal forma que contribuyeron en parte a la declinación del imperio romano, más que la degeneración moral a la que generalmente se atribuye dicha declinación. Stark señala que estas plagas favorecieron el rápido desarrollo del cristianismo por tres razones. La primera, porque el Cristianismo ofrece una explicación más razonable de "por qué a los buenos les pasan cosas malas", ya que en el cristianismo el sufrimiento y la Cruz de Cristo ocupan un lugar más central que en el paganismo clásico. La segunda, porque "los valores cristianos de amor y caridad desde sus inicios, se tradujeron en normas de servicio social y solidaridad comunitaria. A la hora de los desastres, los cristianos los enfrentaban mejor, con el resultado consecuente de tasas de supervivencia mucho más elevadas. Esto significaba que después de cada epidemia, los cristianos constituían cada vez un mayor porcentaje de la población, aún sin nuevas conversiones." Finalmente, estas plagas dejaron a muchísimas personas sin lazos interpersonales que les hubieran impedido hacerse cristianos, estimulando de esta forma las conversiones. El autor señala que "en cierta medida el paganismo 'se vino abajo con los muertos', o por lo menos fue desahuciado durante estas epidemias, víctima de su incapacidad relativa de confrontar social o espiritualmente estas crisis, incapacidad que súbitamente quedó de manifiesto ante el ejemplo que daba el advenedizo rival.
Hay un capítulo que es de especial importancia dada la confusión actual en Occidente sobre el papel de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia. Al efecto, Stark produce evidencia impresionante acerca de que "el Cristianismo era especialmente atractivo para las mujeres paganas" debido a que "dentro de la subcultura cristiana, las mujeres disfrutaban de un status más alto que el que tenían en general en el mundo grecorromano." Stark demuestra que el cristiansimo reconocía la igualdad de mujeres y hombres, como hijos de Dios con el mismo destino sobrenatural. Es más, el código de moral cristiana que prohibía la poligamia, el divorcio, el control de la natalidad, el aborto, infanticidio, etc., contribuyó al bienestar de las mujeres, mejorando su status de servidumbre impotente, sujetas bajo los hombres, al de mujeres con dignidad y derechos tanto en la Iglesia como en el Estado.
Stark extrae cuatro conclusiones de su estudio. Una, que las subculturas cristianas produjeron rápidamente un cuantioso excedente de mujeres, como resultado de las prohibiciones cristianas contra el infanticidio (normalmente dirigido contra las niñas), el aborto (que generalmente resultaba en la muerte de la madre), y la elevada tasa de conversiones de mujeres al Cristianismo. Segundo, como ya se indicó, las mujeres cristianas disfrutaban de un status mucho mejor en las subculturas cristianas que las mujeres en el mundo en general, lo cual hacía al Cristianismo muy atractivo para ellas. Tercero, la abundancia de mujeres cristianas y de hombres paganos produjo muchos matrimonios que a su vez resultaron en conversiones secundarias de paganos a la fe cristiana, fenómeno que continúa hasta nuestros días. Finalmente, el incremento del número de mujeres cristianas dió como resultado mayor cantidad de nacimientos y una fertilidad mayor contribuyó también al crecimiento del Cristianismo.
Mediante la investigación sociológica y demográfica, Stark muestra en forma concluyente que el auge del Cristianismo fue un fenómeno casi exclusivamente urbano por una sencilla razón: es allí donde estaba la gente y es allí adonde fueron los primeros misioneros y donde vivían los primeros conversos cristianos, los judíos helenistas. Stark toma a Antioquía, una de las primeras ciudades que fueron evangelizadas, como modelo para su estudio, describiéndola como "una ciudad llena de miseria, peligro, miedo, desesperación y odio. Una ciudad donde la familia promedio vivía una vida de penurias, en un ambiente de suciedad y estrechez… una ciudad llena de odio y miedo con un intenso antagonismo étnico, exacerbado por el flujo constante de extranjeros, una ciudad donde el crimen campeaba y sus calles eran peligrosas de noche, una ciudad destruida repetidas veces por catástrofes cataclísmicas; donde un habitante podía esperar literalmente quedarse ocasionalmente sin techo, y eso si es que se contaba entre el número de supervivientes".
Stark destaca el hecho que el Cristianismo trajo una nueva cultura capaz de volver más tolerable la vida en las ciudades grecorromanas: " El Cristianismo ofreció caridad y esperanza a las ciudades llenas de personas empobrecidas y sin hogar. A las ciudades repletas de recién llegados y extranjeros, les ofreció una base inmediata de vinculación y afecto. A las ciudades llenas de huérfanos y viudas, el Cristianismo proporcionó un nuevo y más amplio sentido de familia. A las ciudades desgarradas por las violentas luchas étnicas, el Cristianismo les ofreció una nueva base de solidaridad social. Y a las ciudades que enfrentaban epidemias, incendios y terremotos, el Cristianismo les ofreció servicios eficientes de asistencia ". ¿Será posible que el solo hecho de que nuestras ciudades sean habitables hoy en día se deba en gran medida no al progreso tecnológico, sino a las virtudes e ideales cristianos de sus habitantes, y que la respuestas para aquellas ciudades afligidas por los mismos males que la antigua Antioquía sea simplemente vivir más cristianamente?
Tertuliano nos ha dicho en su conocida frase que "la sangre de los mártires es semilla de los cristianos". En un capítulo sobre los primeros mártires cristianos, Stark hace la pregunta acostumbrada: ¿qué los llevó a hacerlo? Pero no nos da las respuestas normales de los sociólogos laicos, para quienes los primeros cristianos en el peor de los casos estaban un poco locos o eran masoquistas y en el mejor de los casos, eran irracionales. Stark sostiene que simplemente estaban haciendo una eleccion racional entre renunciar a su fe y ofrecer sacrificios a los dioses y morir para alcanzar un bien mayor, el paraíso: "los mártires eran los exponentes con mayor credibilidad sobre el valor de una religión, y esto es particularmente cierto si van al martirio por un acto voluntario. Al aceptar voluntariamente la tortura y la muerte antes que claudicar, una persona establece el valor más alto de una religión que se pueda imaginar, y transmite este valor a otros. Los mártires cristianos por lo general tenían la oportunidad de demostrar su determinación en presencia de grandes cantidades de otros cristianos y el valor del cristianismo que comunicaban, también a menudo producía impresiones profundas en los observadores paganos".
El autor se hace una pregunta más: ¿Cómo podía una persona racional aceptar la tortura y una muerte chocante a cambio de recompensas religiosas arriesgadas e intangibles?" Nos da una respuesta que es razonable si bien no es necesariamente la que uno quisiera o esperaría. "Primero que todo, muchos de los primeros cristianos no aceptaban el martirio, y se sabe que llegado el momento, algunos se retractaban. Segundo, las persecuciones eran raras y sólo recibió el martirio un número reducido de cristianos… Sorprendentemente se hicieron pocos esfuerzos para perseguir a los cristianos, y cuando venía una ola de persecuciones, generalmente sólo se perseguía a los obispos y a las figuras prominentes." Entonces, de acuerdo a Stark y otros sociólogos, sólo fueron martirizados algunos miles en el curso de dos siglos y medio y no los cientos de miles o aún millones que en su entusiasmo afirman algunos historiadores cristianos. Hubo sin embargo, un número importante de apóstatas y desertores que no tuvieron el valor de enfrentar la prueba del martirio. De hecho, Stark afirma que conocemos los nombres y las historias de la mayoría de los mártires probablemente debido a que su martirio era presenciado a menudo por numerosas personas, tanto cristianos practicantes como paganos, produciendo por tanto, el culto casi instantáneo que se les daba. Como resultado tanto del estigma social ligado a la pertenencia al Cristianismo como del peligro de la persecución y aún del martirio, el Cristianismo se vió libre en gran medida de lo que Stark llama cristianos gratuitos ("free riders"). Este término puede definirse como aquellas personas que quieren aprovechar los beneficios de la religión sin compartir sus sacrificios y compromisos. Quizás pudiera decirse que entre los primeros cristianos durante los primeros siglos de la fe, había considerablemente más trigo que maleza.
¿Por qué creció entonces el Cristianismo? Según Stark, "creció porque los cristianos constituyeron una comunidad intensa, capaz de generar el 'obstinamiento invencible' que tanto ofendió a Plinio el Joven pero que produjo enormes frutos religiosos. Y los medios principales de su crecimiento fueron los esfuerzos conjuntos y motivados de los creyentes cada vez más numerosos, quienes invitaban a sus amigos, parientes y vecinos a compartir 'la buena nueva'". En el centro de esta disposición de compartir la fe propia estaba la doctrina: aquello en lo que se creía. "Las doctrinas centrales del Cristianismo incitaron y mantuvieron una organización y un tipo de relaciones sociales atrayentes, liberadoras y eficaces." Para un mundo pagano que gemía bajo una serie de miserias y saturado de crueldad caprichosa y de un amor sustitutivo a la muerte, la doctrina principal de que "como Dios ama a la humanidad, los cristianos no agradan a Dios a menos que se amen los unos a los otros", resultaba radicalmente novedosa.
Este libro muestra que a la larga, el Cristianismo sobrevivió y continúa prosperando por medio de la fuerza de la influencia personal de la gente que vive de acuerdo a sus principios, o sea los fieles laicos regulares y las familias que aspiran a la santidad de acuerdo al modelo de Cristo. Esta conclusión lógicamente ratifica el mensaje primordial del Concilio Vaticano Segundo repetido tan a menudo por el Papa Juan Pablo II, o sea, la llamada a la santidad personal que inevitablemente trae consigo el fruto de la evangelización a través del testimonio personal y de la vida familiar. Juan Pablo II ha llamado reiteradamente a una "nueva evangelización" de Occidente, a la vez que él personalmente ha evangelizado en todo el mundo, usando todos los avances tecnológicos de este siglo desde los aviones a propulsión hasta la Red Informática de una manera jamás imaginada y que por supuesto no era humanamente posible para sus predecesores. Para construir en el nuevo milenio una "civilización del amor y la verdad", pareciera imperativo que continuemos estudiando cómo fue que se hizo, cómo fue que nuestros "modelos", los primeros cristianos comenzaron todo aquella primera vez con resultados tan espléndidos. Este libro nos da tanto las respuestas concretas como las sugerencias para mayores investigaciones, ahora que como dice el Papa Juan Pablo II nos aprestamos a "cruzar el umbral de la esperanza" hacia una "nueva primavera de la vida cristiana".
Publicado por primera vez en la edición del 20 de noviembre de 1996 de L'Osservatore Romano.