El coraje de ser católico.
Crisis, reforma y futuro de la Iglesia.
por George Weigel. Una traducción del libro The Courage To Be Catholic por George Weigel, traducido por Caludia Casanova. Publicado por Planeta, 2003.
Una revisión del libro por Padre John McCloskey
A principios de 2002 las revelaciones sobre abusos sexuales del clero crearon la mayor crisis que ha sufrido la Iglesia católica en Estados Unidos. En medio de la avalancha informativa, los hechos reales se mezclaban con las impresiones aventuradas, mientras que otros aspectos quedaban en la sombra. Por eso es clarificador el libro El coraje de ser católico (1), escrito por George Weigel, el conocido biógrafo de Juan Pablo II, que con la suficiente perspectiva y sin perder de vista la actualidad describe la crisis, analiza sus causas y sugiere las inevitables reformas.
George Weigel trabaja en el Ethics and Public Policy Center, importante think tank de Washington, y es un pensador influyente en el catolicismo norteamericano, autor de la biografía más completa de Juan Pablo II (ver servicios 167/99 y 15/00).
En El coraje de ser católico ha escrito una breve y magistral historia del escándalo de los abusos sexuales por parte de sacerdotes en Estados Unidos. Pero el libro es más que eso. Es también un agudo análisis de varios aspectos de la historia de la Iglesia norteamericana desde el final del Concilio Vaticano II. Lo que distingue a este libro de otros que han aparecido es que Weigel ve en esta crisis “una formidable oportunidad (...) para profundizar en las reformas de la Iglesia católica que se iniciaron en el Concilio Vaticano II entre 1962 y 1965, que son las mismas que el Papa Juan Pablo II se ha esforzado en impulsar a lo largo de su pontificado”.
El libro de Weigel es una crónica, directa y relativamente breve, de la crisis y sus raíces, que termina con sugerencias de reforma. Este examen es realista y enérgico, pero no abiertamente acusatorio ni pesimista. Weigel conoce bien la historia de la Iglesia. Señala que la gran mayoría de los concilios fueron convocados para abordar la necesidad de renovación y reforma en momentos difíciles para la Iglesia y el mundo. De ahí que casi siempre fueran seguidos de varias décadas de confusión hasta que se aplicaron sus conclusiones. Cabía esperar que tras el Concilio Vaticano II ocurriera lo mismo. Lo que quizás no se esperaba era que la época posconciliar coincidiera con enormes vuelcos mundiales en la cultura, las artes, la política, la técnica, los medios de comunicación.
Distorsión de la identidad sacerdotal
La convulsión posconciliar alcanzó una cumbre el año pasado con la crisis de los abusos sexuales. Durante seis meses seguidos, a partir de enero de 2002, salieron a la luz numerosos abusos de menores cometidos por sacerdotes a lo largo de treinta años, en algunos casos con encubrimiento por parte de los obispos. Esta fue la causa inmediata de la crisis, que se puede considerar en vías de cerrarse tras la renuncia del Card. Law, arzobispo de Boston. Al grave perjuicio causado a tantos jóvenes y a sus familias con estos actos abominables, se suma un daño incalculable al prestigio de la Iglesia y a la confianza en la labor pastoral del clero.
Pero la crisis tiene otras causas más fundamentales. En particular, Weigel se centra en la distorsión de la identidad del sacerdote durante los quince años siguientes al Vaticano II y que empezó a remitir con la elección de Juan Pablo II. Como dice, “el sacerdote católico no es simplemente un funcionario religioso, un hombre autorizado a llevar a cabo cierto tipo de actividades eclesiásticas. Un sacerdote católico es un icono, una representación viva del eterno sacerdocio de Jesucristo. Hace que Cristo esté presente en la Iglesia de una forma muy particular, al actuar in persona Christi, ‘en nombre de Cristo’, en el altar y al administrar los sacramentos”.
Esta distorsión está relacionada con otra muy significativa: en vez de subrayar la llamada universal a la santidad, que Juan Pablo II ha definido como el mensaje central del Concilio, los laicos fueron inducidos a confusión por parte de quienes querían “clericalizarlos” diciéndoles que, cuanto más se involucraran en ceremonias para-litúrgicas y aun en la estructura de “poder” de la Iglesia, mejor cumplirían su vocación de laicos. En suma, la famosa clericalización de los laicos y laicización del clero.
En qué no consiste el problema
Weigel se preocupa también de precisar la naturaleza exacta de la crisis que estalló al comienzo de 2002. ¿Era simplemente una cuestión de pederastia por parte de unos pocos sacerdotes o era un pogrom anticatólico organizado por los medios de comunicación para destruir la Iglesia y el sacerdocio? De hecho, la gran mayoría de los casos consistían en actos deshonestos con chicos adolescentes, lo que lleva a la conclusión clara de que los culpables eran sacerdotes con inclinaciones homosexuales.
Pero, como escribe Weigel, “si nos propusiéramos describir con precisión la crisis de abusos sexuales como una crisis cuya principal manifestación eran los abusos homosexuales, se podrían formular otro tipo de preguntas sobre la cultura gay. Y eso precisamente era lo que algunos no deseaban que sucediese, entre los que se incluyen los teólogos disidentes de la moral católica”. Los relativamente pocos pederastas sistemáticos eran una pequeña minoría de los autores de abusos sexuales.
Aunque la prensa no creó la crisis, la información no reflejaba bien la realidad. Se difundió “la errónea impresión de que la crisis de abusos sexuales del clero era un fenómeno que seguía produciéndose en ese mismo instante, que era de una magnitud sin precedentes y que estaba fuera de control, cuando, en realidad, salieron a la luz poquísimos casos de abusos que hubieran sido cometidos en la década de los noventa”.
En efecto, desde finales de los setenta venía habiendo un goteo de revelaciones semejantes. Lo que produjo la crisis definitiva fue los casos de dos ex sacerdotes de la diócesis de Boston, pederastas sistemáticos, y la gradual revelación de lo que claramente fue encubrimiento o grave imprudencia por parte del ordinario del lugar y sus obispos auxiliares, que una y otra vez pusieron a aquellos dos en tratamiento, siempre para darles luego encargos pastorales que les daban ocasión de volver a abusar de niños. Weigel lo atribuye no a mala voluntad sino a extraordinaria imprudencia por parte de algunos obispos que parecían dar más importancia a la opinión de psicólogos o terapeutas, para quienes se podía rehabilitar a los reincidentes, que al bien de las familias confiadas a su cuidado pastoral.
Crisis de fidelidad
Ciertamente, los medios de comunicación cometieron errores en la investigación de los escándalos, en gran parte por ignorar verdades fundamentales acerca de la Iglesia misma, la jerarquía, los sacerdotes y, sobre todo, la doctrina católica.
Aunque los culpables eran menos del 2% de los sacerdotes a lo largo de los últimos cuarenta años, y aunque la frecuencia de abusos entre el clero católico estaba por debajo de la media nacional en comparación con los ministros de otras confesiones, profesionales sanitarios y la que se da en el seno de las familias, los medios apuntaban siempre al clero católico.
Es más, muchos periodistas dieron sumo crédito a los terapeutas que habían tratado a los culpables, así como a los católicos disidentes, que más bien, según Weigel, se podían considerar parte del problema, no de la solución. La consabida receta prescrita por estos “expertos” era abolir la exigencia de celibato, o incluso aprobar las relaciones homosexuales estables entre sacerdotes. Ninguno cayó en la cuenta de que si esa pequeña parte del clero hubiera sido fiel a la promesa de celibato, no habría existido el problema, ni de que prácticamente todos los culpables eran homosexuales que no deberían haber sido admitidos en el seminario y para quienes el matrimonio no habría sido remedio de sus inclinaciones.
Los mismos informadores que durante tantos años se habían quejado de excesiva injerencia de Roma en la llamada autonomía de la Iglesia católica norteamericana, se unieron ahora a los católicos disidentes que criticaban a Juan Pablo II por su supuesta falta de interés en la crisis. Dice Weigel: “Las críticas al ‘silencio’ del Papa Juan Pablo II estaban traídas por los pelos. De hecho, el Papa había hablado y escrito en abundancia sobre la reforma del sacerdocio durante los anteriores veintitrés años. Más aún, no tenía sentido esperar que el Papa pudiese actuar como una especie de superdirector de recursos humanos de todas y cada una de las diócesis católicas del mundo”.
No es un invento de la prensa
No obstante, se debe reconocer que si los medios de comunicación no hubieran insistido en destapar los casos, el problema no habría salido a la luz y no se habrían emprendido las necesarias reformas. Los medios no crearon la crisis. “Dos hechos básicos siguen en pie –señala Weigel–: los abusos sexuales del clero han sido durante décadas un grave problema para la Iglesia católica; muchos obispos no reconocieron el problema o, reconociéndolo, no supieron actuar a la vez contra el problema y sus causas. (...) Esta no es una crisis creada por los medios; es una crisis católica: una crisis de fidelidad”.
Weigel sostiene que ciertas causas de la crisis se remontan a sucesos antiguos. Una es la falta de reacción de la jerarquía a la disidencia de los teólogos, sacerdotes y monjas que públicamente se opusieron a la Humanae vitae. A su vez, esta rebelión llevó a un famoso libro de 1977 sobre “Sexualidad humana”, publicado por la Catholic Theological Association of America, que contestaba de plano la doctrina católica en prácticamente todas las cuestiones de moral sexual.
La aparente condonación pública por parte de la autoridad hizo que se enseñara a los seminaristas que la “disidencia leal” era una opción legítima. Muchos de esos seminaristas, una vez ordenados sacerdotes, simplemente no predicaban la auténtica doctrina católica sobre estas materias: no la tenían en cuenta o daban consejos espurios en el confesonario. Se llegó a enseñar tan mal la teología moral en los seminarios, que muchos sacerdotes cayeron en conductas sexuales reprobables y vinieron numerosas defecciones.
Reformar los seminarios
Tras analizar los orígenes de la crisis, Weigel sugiere posibles soluciones. La más importante es reformar los seminarios, que en las últimas décadas han acumulado un historial desastroso. La mala formación que han dado ha llevado a la incertidumbre sobre puntos clave de moral y doctrina, y a que no se entienda la verdadera misión de los laicos.
En lo sucesivo, habrá que valorar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio no solo mediante pruebas psicológicas, sino sobre todo examinando cómo conocen y practican la fe, y su fidelidad a ella, así como su aptitud para la misión evangelizadora. El autor señala que deben ser capaces de vivir la virtud de la castidad como preparación para el celibato apostólico y deben haber sido educados en la grandeza del celibato en cuanto don por el que Cristo los configura consigo mismo. Deben ser formados en la “teología del cuerpo” enseñada por Juan Pablo II, para que lleguen a entender la correspondiente grandeza del sacramento del matrimonio.
El autor insiste también en seleccionar con más rigor a los profesores de los seminarios. Así transmitirán la doctrina católica íntegra a seminaristas más selectos. En cambio, los “sacerdotes con una formación intelectual deficiente contribuyen, consciente o inconscientemente, a la idea de que todo en la Iglesia católica es cuestión de poder, cuando en realidad los temas de importancia que se debaten en la Iglesia son todos temas relativos a la verdad”. Por eso, “la ortodoxia en las clases del seminario debe verse menos como un tema disciplinar que como una cuestión de coherencia intelectual católica”.
Sacerdocio: servicio, no poder
Hay que exigir más a los seminaristas, recalca Weigel. “En Pastores dabo vobis, Juan Pablo II pedía que los seminaristas adquirieran una formación intelectual más sólida, sobre todo en filosofía y teología”, pues, “continúa el Papa, la teología es, esencialmente, un medio de nutrir la relación personal de uno mismo con Jesucristo”.
Una vez ordenado, el nuevo sacerdote debe estar preparado para saltar a la arena. Dice el autor: “El sacerdote no nace: se hace. Aunque su seguimiento de Cristo debe hacerse más profundo durante el curso de su ministerio, un hombre debe ser un discípulo de Cristo totalmente convertido antes de ser sacerdote. (...) Un hombre que se plantea ser sacerdote se compromete a ser otro Cristo, un alter Christus, otro testigo de la verdad de que Dios tiene para la humanidad un destino más allá de lo que podemos imaginar: la vida eterna bajo la luz y el amor de la Santísima Trinidad. Por eso Juan Pablo II ha insistido durante todo su pontificado en que el sacerdocio no consiste en tener poder, sino en servir”.
¿Cómo remediar la aparente escasez de sacerdotes en Norteamérica? Responde Weigel: “La solución no está en hacer el sacerdocio más fácil ni en abandonar la disciplina del celibato, sino en que los obispos y los sacerdotes se tomen mucho más en serio el fomentar vocaciones”. Estoy de acuerdo con él solo en parte. Creo que el remedio incluye oraciones y sacrificios por las vocaciones, el ejemplo atractivo de sacerdotes felices y santamente celosos, y –lo que de ningún modo es menos importante– que los católicos vuelvan a tener familias numerosas. También discrepo de Weigel cuando propone no excluir entre los posibles candidatos al sacerdocio a homosexuales que hayan demostrado ser capaces de vivir la castidad.
De todas formas, tiene razón Weigel cuando dice: “Las diócesis (...) en las que el obispo habla a sus sacerdotes sobre vocaciones en toda confirmación y ordenación, insiste en que se rece por las vocaciones en todas las misas, tiene una pastoral de vocaciones despierta y enérgica, llevada por un sacerdote capaz, e invita a la gente joven a reunirse con él y plantearse la llamada al sacerdocio; estas diócesis, decíamos, han descubierto que la respuesta es generosa. Los jóvenes quieren que se los llame a una vida de heroísmo”. De hecho, en los últimos años han repuntado las vocaciones al sacerdocio y, con la próxima reforma de los seminarios que vendrá, en parte, gracias a la visita apostólica, cabe esperar sacerdotes mucho mejores, aunque el número total quizás descienda drásticamente por el inevitable envejecimiento.
Primero publicado en Aceprensa en 26 marzo de 2003.
First appeared in Aceprensa in the March 26, 2003, issue.