Juan Pablo II, Apostol De La Vida

por Padre John McCloskey

No tengáis miedo

Todos los soldados que luchan en la batalla crucial para proteger la vida humana desde "la concepción hasta la muerte natural", han llorado la muerte de nuestro Santo Padre Juan Pablo II. Para algunos de nosotros –quizás para muchos de nosotros- él es el único Papa que hemos conocido, ya que se trata del tercer reinado más largo en los dos mil años de historia de la Iglesia. Para aquellos que poseen una extensa memoria histórica, Juan Pablo II es el testigo de la esperanza que transformó la crisis postconciliar con el sencillo mandato: "No tengáis miedo". El Papa Benedicto XVI, que fue el más estrecho colaborador de nuestro fallecido Papa, ha expresado una experiencia similar: "Me parece ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigida especialmente a mí en aquel momento: "No tengáis miedo". El fallecimiento del Santo Padre Juan Pablo II y los días subsiguientes fueron un momento extraordinario de gracia para la Iglesia y para el mundo entero. El profundo dolor de su muerte y el vacío que nos ha dejado a todos se ha mitigado por la acción de Cristo Resucitado, que se manifestó durante los largos días en la ola de fe, amor y solidaridad espiritual que culminó en su solemne funeral.

La reacción del mundo entero ante la enfermedad final de Juan Pablo, su muerte y su funeral no tiene precedentes. Literalmente, millones de personas viajaron a Roma, muchos aun sin tener alojamiento y estuvieron haciendo largas filas por horas para pasar pasar frente al cuerpo del Papa en la Basílica de San Pedro, y asistir al funeral multitudinario en la Plaza de San Pedro. Para unirse a este evento, billones de personas se valieron de internet, de la televisión, la radio y la prensa. Todo esto sucedió en un mundo donde sólo una persona de cada seis son católicos. Cómo puede coexistir un testimonio tan arrollador en honor al campeón de la protección de la vida con una contradicción tan generalizada? En los países más ricos, se abortan millones de bebés, otros millones mueren de SIDA causado por la promiscuidad sexual contraria a la naturaleza, las enfermedades venéreas a niveles epidémicos azotan a los países desarrollados, las tasas de natalidad están por debajo de los niveles de restitución en muchos países de Occidente, y muchas naciones (con gran éxito), están avanzando en otorgar derechos de realizar matrimonios entre personas del mismo sexo, así como de adoptar niños. Entonces, qué es lo que ha movido a los habitantes de semejante mundo a rendir honor al capitán de la lucha contra la Cultura de la Muerte?

Hemos llorado la muerte de este Vicario de Cristo porque la santidad es irresistible. Hemos sido atraídos hacia Juan Pablo porque era un santo, y ya ha sido canonizado al estilo de antes, por aclamación popular. Es más, diversos observadores esperan que el proceso oficial sea rápido. Casi todo el mundo reconoció la santidad de Juan Pablo aunque no compartieran su fe. Solamente aquellas almas infelices o con corazones que no conocen el amor son incapaces de apreciar el super regalo de Dios que fue Karol Wojtyla. Sí, aun los envidiosos lo reconocen como el hombre más grande de nuestro tiempo, sabiendo que su legado permanecerá por mucho tiempo después que el último de los que lo conocimos haya pasado juicio y haya recibido su recompensa eterna o su castigo.

Vivamos su legado

Durante su pontificado de 26 años, Juan Pablo II envió muchos mensajes a los fieles católicos y al mundo, como está evidenciado en sus 26 encíclicas y exhortaciones apostólicas, sus discursos en más de cien visitas apostólicas en el mundo entero, y las casi incontables audiencias en Roma. En verdad, las enseñanzas de Juan Pablo constituyen fácilmente más de la mitad de la doctrina del magisterio de la Iglesia. Los sabios y los teólogos van a debatir por largo tiempo cuál de sus escritos es el más importante. Para nosotros, soldados en la batalla por la vida, sin embargo, no hay duda alguna que El Evangelio de la Vida (Evangelium Vitae) encabeza la lista.

A muy temprana edad, Karol Wojtyla aprendió lo que sucede cuando las personas y las sociedades carecen del más básico respeto por la vida humana. Su padre luchó en la Primera Guerra Mundial. Esta guerra fue el inicio desastroso del peor siglo en la historia, ya que 100 millones de hombres perecieron por causas no naturales y decenas de millones más fueron sacrificados por el aborto. En Polonia, luego de un breve período de libertad y de independencia nacional iniciado en 1919, un año antes del nacimiento de Karol, terminó brutalmente con la tiranía asesina primero de los Nazis (1939-1945) y luego de los Comunistas (1945-1989). Siendo joven Karol Wojtyla observaba y oraba y actuaba y sobrevivía, llegando progresivamente a un entendimiento más profundo como estudiante, seminarista y sacerdote. Continuó creciendo en caridad y sabiduría como obispo, cardenal y Papa, declarando que la única solución y esperanza para la raza humana consiste en la defensa y la propagación de la "santidad de la vida humana", creada por Dios y guiada por Su Santa Iglesia.

En Evangelium Vitae escribe Juan Pablo: "El eclipse del sentido de Dios y del hombre lleva inevitablemente a un materialismo práctico, que genera el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Aquí vemos también la validez permanente de las palabras del Apóstol: 'Y como no consideraron conveniente reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente baja y a conductas impropias' (Rom 1:28). Los valores del ser han sido sustituidos por los valores del tener. La única meta que cuenta, es la obtención del propio bienestar material. La llamada calidad de vida se interpreta principal o exclusivamente como la suficiencia económica, el consumismo a ultranza, la belleza física y el placer, descuidando las dimensiones más profundas de la existencia: interpersonal, espiritual y religiosa (EV, no. 23).

El colapso del Comunismo en 1989-90 se debió a que era implacablemente inhumano, a la poderosa intercesión de Nuestra Señora de Fátima y a los millones que atendieron sus súplicas. En esta coyuntura, el Santo Padre dirigió su atención a Occidente, a su decadencia cada vez mayor y a su despoblación, cuya obsesión con la sexualidad como un fin en sí misma, constituye el elemento que casi viene a definir y explicar la Cultura de la Muerte.

Conozcamos el lenguaje del amor

"La sexualidad también ha sido despersonalizada y explotada, pasando a ser del signo, sitio y lenguaje del amor, o sea, el don de sí mismo y la aceptación del otro en toda su riqueza como persona, cada vez más a convertirse en la ocasión y el instrumento de la autoafirmación y la satisfacción egoísta de los deseos personales y de los instintos" (EV, no. 23).

Nadie en la historia ha exaltado tanto la belleza y la santidad del amor sexual en el santo matrimonio como lo hizo Juan Pablo el Grande. Su "Teología del Cuerpo", es la "bomba de tiempo teológica", como George Weigel el biógrafo papal la ha llamado, y que deberá detonar en algún momento en este nuevo siglo. En este rico magisterio, identifica claramente la obsesión con el yo y y con el placer sensual que se remonta desde la Caída.

Juan Pablo comprobó que si bien la batalla fundamental en pro de la vida debe darse desde diversos frentes, siendo el sobrenatural el más importante, también es necesario que todos participemos de una u otra forma a nivel de "los políticos y los gobiernos", ya que el derecho original e inalienable de la vida es cuestionado o negado en base al voto parlamentario o de la voluntad popular, aun cuando se trate de la mayoría. Este es el resultado siniestro de un relativismo que impera sin que nadie se le oponga: el ‘bien' deja de serlo, porque ya no está basado firmemente en la dignidad inviolable de la persona, sino que ha quedado sujeto a la voluntad del más fuerte. De esta manera, la democracia en oposición a sus propios principio, está caminando efectivamente hacia una nueva forma de totalitarismo" (EV, no. 20).

Este análisis de Juan Pablo II lo hemos visto confirmado recientemente en los Estados Unidos en el caso de la señora Terri Schiavo, a quien mataron de hambre con el consentimiento de todas los poderes del gobierno. Esta tragedia sólo ha de servirnos para animarnos a usar todos los medios, sobrenaturales o naturales, para regresar a nuestro legado de la Revelación y la ley natural, de los Padres de la Iglesia, así como también de los próceres que fundaron nuestro país.

Sigamos su huella

No seamos ingenuos. Nuestro testimonio sobre la santidad de la vida humana puede llevarnos hasta convertirnos en confesores y mártires por la Fe. "Tenemos que llegar al corazón de la tragedia que experimenta el hombre moderno: el eclipse del sentido de Dios y del hombre, es típico de un clima cultural y social dominado por el secularismo, el cual, con sus tentáculos omnipresentes, consigue a veces poner a prueba a las propias comunidades cristianas. Aquellos que se dejan influenciar por este clima caen fácilmente en un lamentable círculo vicioso: cuando se pierde el sentido de Dios, se presenta también una tendencia a perder el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida. A su vez, la violación sistemática de la ley moral, especialmente en materia tan seria como el respeto por la vida humana y su dignidad, produce una especie de oscurecimiento progresivo de la capacidad para discernir la presencia vivificante y salvífica de Dios" (EV no. 21).

Siendo Cardenal Karol Wojtyla visitó Filadelfia, la cuna de nuestra Constitución durante el año del bicentenario, 1976. Allí, quizás por inspiración del Espíritu Santo, anticipó los temas y los retos de su pontificado y del futuro papel de los Estados Unidos cuando habló de una "confrontación final entre el bien y el mal". Diecinueve años más tarde, escribió: "Esta situación, con sus luces y sombras, debería hacer que nos demos plena cuenta de que estamos enfrentando un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ‘cultura de la muerte y la ‘cultura de la vida'. Nos hallamos no sólo ‘enfrentados con' sino necesariamente ‘en el centro de este conflicto: estamos todos involucrados y todos formamos parte de él, con la responsabilidad ineludible de escoger a favor de la vida incondicionalmente" (EV no. 28).

Sin embargo no estamos solos. Muchos no católicos y no cristianos, por medio de la gracia y de la razón, se han unido en este combate crucial en favor de la vida, aunque ciertamente que "la escogencia incondicional por la vida alcanza su pleno significado religioso y moral cuando fluye y es formado y nutrido por la fe en Cristo. Nada ayuda tanto para enfrentar positivamente el conflicto entre la muerte y la vida en el que estamos empeñados como la fe en el Hijo de Dios que se hizo hombre y habitó entre nosotros para ‘que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia' (Jn 10:10)" (EV. No. 28).

Por la providencia divina, la transición entre Juan Pablo II y Benedicto XVI tuvo lugar durante un año Eucarístico. Es en la Eucaristía y en la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento, que Nuestro Señor permanece con nosotros, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, hasta que venga de nuevo. Juan Pablo II dijo: "La Sangre de Cristo revela al hombre que su grandeza, y por tanto su vocación, consiste en el don sincero de sí mismo" (EV no. 28).

Como dijo Benedicto XVI durante su instalación. "Les pido a todo que en los próximos meses intensifiquen su amor y devoción por Jesús Eucarístico y que manifiesten con valentía la Presencia Real del Señor". Sólo allí encontraremos la fuerza para perseverar y defender con gozo la vida humana cueste lo que cueste.